Críticas
29 de Marzo 2019

No juzgues tu belleza y la de otres bajo ningún estándar

Se nos quiere homogéneas y sumisas. Esa es la crítica que plantea Paulina Guerrero Cerda en su columna donde analiza el afán de los medios de comunicación de mostrar otras mujeres, no las latinas; aquellas que calzan con los estándares de la belleza europea, pero colonizadora al fin.

Hace un par de días llegó a mí en redes sociales una imagen de una mujer indígena con el título “nunca juzgues tu belleza según estándares europeos” -originalmente “never judge your beauty by european standards”. Por básico que pueda llegar a sonar, tenemos una inmensa tarea pendiente en el cómo retratamos aquello que entendemos por “mujer latina”. Retrocedamos un par de siglos en el tiempo. Cuando Cristóbal Colón llegó a invadir estas tierras y abusar de los pueblos originarios, no solo estableció junto con el resto de los españoles un sistema de creencias sino también una nueva manera de comprender la estética y la belleza, que desde un prisma eurocentrista, dieron forma a lo que hoy conocemos como colonia y su respectiva herencia. Colón y el resto de los colonizadores que llegaron consideraban que quienes habitaban este continente, pese a su extraordinaria belleza, no eran seres humanos, sino que seres exóticos a los que se les justificaba invadir, saquear, abusar y evangelizar. De este modo el sistema político, social y económico de América Latina empezó a tomar forma, estableciendo una profunda diferencia entre europeos e indígenas.

La manera de comprender la belleza fue impuesta a punta de violencia, y desgraciadamente sigue vigente hasta el día de hoy. El ideal blanco, burgués y católico, que mientras más parecido al europeo mejor, continúa siendo referencia a la hora de hacer publicidad, de ver televisión, y de aspiración estética que, en el caso latinoamericano, no representa en casi ningún caso las vivencias y los cuerpos de la gran mayoría de quienes habitamos este trozo del planeta tierra. ¿No me cree lo que digo? Vaya y tome cualquier folleto o catálogo de uniformes y útiles escolares: todas las niñas y niños que allí aparecen son blancos, delgados y de colegios notoriamente particulares pagados. ¿Aún no me cree? Fíjese en cualquier comercial de cualquier multitienda: en su enorme mayoría, mujeres y hombres de apellidos anglosajones difíciles de pronunciar, blancas y blancos, muy delgadas y delgados. ¿Estoy exagerando? Haga el experimento de ver los matinales nacionales: mujeres y hombres de clase alta, haciendo fama de sus canjes con prestigiosas marcas, a los que la mayoría de nosotras no puede acceder por la enorme suma de dinero que implican.

Es cuestionable, sin duda, la homogeneidad de cuerpos que aparecen día a día en la industria de los medios y el espectáculo. Sin embargo, es motivo de preocupación la manera en que aquellas otras corporalidades y culturas que están alejadas del ideal europeo son retratadas en la ficción. Por ejemplo, es ya casi un cliché de la industria audiovisual estadounidense que cada vez que una mujer latina aparece en pantalla, lo hace siguiendo el imaginario que tienen de nosotras: curvilíneas y sensuales. Desde promociones político-económicas, como el caso de Chiquita Banana que promovía el consumo de plátano en Estados Unidos en los años 40’ -que si bien no tenía a una mujer real en la propaganda, sí hacía referencia constante a nuestra sensualidad-, hasta el personaje de Gloria Delgado en Modern Family, interpretado por Sofía Vergara y que retrata a una migrante colombiana que forma familia con un empresario.

En el caso de Latinoamérica, el panorama no es muy alentador: sumado al de Chile, de manera permanente se invoca, especialmente en la música, a la sensualidad de la mujer latina, apelando a lo “exótico” que hay en nosotras -y que es lo que nos ven desde el norte también-, desde grandes pechos y gran trasero, hasta el supuesto carácter difícil que tenemos que se mezcla con el eterno deseo de fiesta. Existe al respecto todo un discurso respecto a la belleza única que representamos todas aquellas que no somos blancas-delgadas-burguesas, ¡y que somos la mayoría!, pero que no somos visibilizadas en los medios de comunicación a menos que sea para consumo del espectáculo y del hombre promedio que busca satisfacer algún fetiche sexual.

Al no ser visibilizadas estas corporalidades, la mayoría crecemos creyendo que existe una sola idea de belleza a alcanzar y que jamás podremos lograrlo, simplemente porque aquello que vemos en televisión no tiene ningún correlato con lo que somos en la realidad. Desgraciadamente muchas hacen de este imaginario su día a día, gatillando serios problemas de autoestima y problemas de salud física y mental. Junto con lo anterior, aun cuando están de moda aquellos mensajes que promueven la inclusión, existe una brecha gigante entre quienes los emiten y quienes los reciben; sin ir más lejos, no hay ningún rostro ancla de televisión que sea de piel morena, de apellido indígena o de alguna disidencia sexual. Al respecto podemos mencionar dos cosas. En primer lugar, de índole más sociohistórica, no podemos hacer una regla universal de lo que comprendemos como “bello” porque aquello significa anular las maneras de comprender el mundo de otras culturas. Por el contrario, cada cultura en el mundo tiene distintas ideas y cánones de bellezas que si bien podemos ponerlas en tela de juicio, constituyen lo distintivo de cada una de ellas; por lo mismo, imponer o juzgar un modo de comprender las estéticas, poniendo una por sobre la otra, es una forma más de colonizar.

En segundo lugar, rescato que afortunadamente hay quienes se movilizan por promover todas las bellezas, porque todas las son sin importar el lugar de donde vienen. Organizaciones como La Rebelión del Cuerpo cumplen una labor fundamental en romper los patrones que impusieron los colonizadores en América, ya que implican una nueva forma de comprender la estética sin pensar en la satisfacción y consumo del hombre, sino que en el amor propio, que es el primero que debe siempre haber. Nuestras pieles, nuestros pelos, nuestros rollitos, nuestras estrías y nuestros ojos achinados; nuestras herencias de nuestras ancestras cuentan una historia llena de lucha y resistencia contra el machismo, el racismo y el clasismo, pero que no quepa ninguna duda que somos hermosas aun cuando se nos quiere homogéneas y sumisas. 

Por Paulina Guerrero Cerda, estudiante de Sociología UAH, consumidora indignada de medios de comunicación.