Críticas
18 de Junio 2020

La tele pandemia. No todo es Netflix

“La televisión abierta habitualmente no es considerada como la herramienta democrática que es: tiene la capacidad de llegar a la gran mayoría del territorio nacional, es capaz de conectar comunidades, de informar y permitir nuevas visiones de mundo. No le dejemos toda la responsabilidad de consumo de contenidos al streaming…”

Recientemente, una encuesta realizada en Chile por Netflix y GLAAD, una organización dedicada a la promoción de los derechos de la comunidad LGBTQI+ y su correcta representación en los medios masivos de comunicación, señaló que el 69% de les encuestades ha consumido contenido en la plataforma que le permite comprender de mejor manera a dicha comunidad. Junto con lo anterior, un 84% consideró que hoy las producciones reflejan mucho mejor a la comunidad LGBTIQ+ que hace dos años atrás.

Los resultados son bastante alentadores: junto al avance por los derechos de la diversidad sexual, hay también un avance bastante significativo en cuanto a la promoción de la dignidad de todas las personas por su orientación sexual, identidad y expresión de género.  En la misma plataforma Netflix es fácil encontrar entre sus propias producciones personajes protagónicos que salen de la caja de lo hegemónico y común.

En una lista rápida puedo nombrar fácilmente a los cinco personajes de Queer Eye; María José, de La Casa de las Flores; Omar, de Élite, She Ra, Nomi de Sense8, entre otros. No cabe ninguna duda de la amplitud del catálogo de Netflix que, incluyendo el contenido que no produce, permite el desarrollo de temáticas que hace rato venimos viendo y discutiendo en la sociedad civil, pero que serían bastante difíciles de ver en televisión abierta. No tan solo por ser contenidos propios  de la comunidad LGBTIQ+, sino que también de quienes son oprimides racialmente, de los pueblos originarios, de las personas de la llamada tercera edad, mujeres no hegemónicas, entre un largo etcétera. Y ese es un problema.

En tiempos de pandemia y cuarentenas, el permanecer en el hogar puede verse como algo sencillo de cumplir. De hecho, es el principal llamado que ha hecho el Gobierno de Chile desde la segunda quincena de marzo 2020. Esto ha puesto en la mesa un sinfín de conflictos, y probablemente aparecerán muchos más, en las más diversas áreas de la vida a causa del confinamiento. Del que me gustaría hablar en específico ahora, es del acceso a los contenidos audiovisuales.

Podemos hablar mucho rato de Netflix, señalar que según JustWatch el consumo de contenido streaming en Chile aumentó en un 157% desde el inicio del confinamiento; que de acuerdo con la Subsecretaría de Telecomunicaciones durante junio del 2018 se consumieron datos de internet equivalentes a 132 millones de horas de video 4K. Y sí, toda la evidencia indica que en Chile se están consumiendo cada vez más servicios de streaming. ¿Qué pasa entonces con la televisión?

Quienes hemos estudiado a los medios, sabemos que la televisión cumple (o, quiero creer, intenta cumplir) tres grandes objetivos: informar, educar y entretener a la audiencia. Sin embargo, el consumo de televisión viene a la baja. De acuerdo con datos del Consejo Nacional de Televisión, durante 2019 el volumen de telespectadores disminuyó a 161.800 personas, continuando con la tendencia desde el 2017. Se suma también a la baja de credibilidad hacia los medios de comunicación que reporta la encuesta Latinobarómetro 2018 (54% de las personas desconfía), y la evaluación con nota 3 que le dio un estudio de la Universidad Católica durante la revuelta que comenzó el 18 octubre de 2019.

Desde hace un tiempo el boca a boca reafirma los datos. Cada vez oímos que son más quienes tienen acceso a Netflix u otros servicios de streaming, pero también son bastantes quienes no pueden acceder a este servicio por un motivo bastante sencillo: no es accesible para toda la población. No todes pueden pagar los $5.940 que cuesta el plan más básico de Netflix. A veces es bueno recordarnos que, aunque Chile se codee con países OCDE, tenemos niveles de pobreza vergonzosos, y que producto de la detención de la economía en pandemia, se acrecentarán cada vez más.

El televisor sigue siendo de presencia indiscutida en la mayoría de los hogares del país, siendo solo superado por la presencia del calefont. De acuerdo con los datos de la última encuesta Casen, del 2017, el 68% de los hogares en Chile cuentan con televisor y un 32,4% con un Smart TV. En cambio, solo un 40% tiene acceso a banda ancha fija y un 27% a banda ancha móvil. Al consultarse de los motivos por los que no se accede a internet,  a casi un 35% no le interesa y un 23,6% lo considera muy caro.

¿A cuántas personas nos han dicho “apaga la tele”? Me imagino que a muchas. En mi caso personal, en mi casa hay un televisor por pieza, incluyendo uno en el living. No obstante, por medidas de salud mental en plena cuarentena, desde hace ya casi un mes no encendemos el televisor. La conversión de matinales en paneles políticos, el poco criterio en el tratamiento de la información sensible sobre enfermedades y muertes, los consejos poco amigables como “beba tres litros de agua para no sentir hambre”, las acusaciones cruzadas entre profesionales de la política, los reportajes de quienes no usan mascarilla, entre otros muchos más ejemplos del todo a costa de rating, son justamente los temas que hay que tratar de “no ver”.

En casa tenemos la fortuna que podemos costear servicios de streaming. Mi mamá, que estuvo varios días enferma, contó con el privilegio de estar en cama viendo su nueva serie favorita en Netflix. Otres, especialmente personas adultas mayores, no pueden por la brecha digital y económica generada por las pensiones.

Es justamente por ese porcentaje que no tiene ni siquiera acceso a internet, que urge cambiar la manera en que se exhiben los contenidos en televisión. Si bien la televisión debe cumplir el principio de informar, también debe ser inclusiva en sus contenidos. No se han visto contenidos dedicados a los distintos grupos sociodemográficos del país, solo el estrenado canal TV Educa, dedicado al apoyo del currículum escolar. Del poco contenido alejado de la pandemia que hemos visto, además de las horas obligatorias dedicadas a cultura que cada canal de televisión debe cumplir, las ficciones nacionales e internacionales que ya fueron criticadas anteriormente por los estereotipos y caricaturas que reproducen, están siendo repetidas.

Durante estos tres meses hemos visto hasta el cansancio en noticieros, bloques completos dedicados al acompañamiento de la autoridad en un día común, panelistas negacionistas en cuánto matinal hay y hasta la reapertura de un centro comercial capitalino cuando aún creíamos en la “nueva normalidad”. Lo más triste es que, si sumamos el tiempo en que se transmitía el conflicto social, el panorama es aún más penoso y decepcionante, pues no se dio tregua al tratamiento de noticias puramente políticas como si fuesen policiales o de vandalismo.

La televisión abierta habitualmente no es considerada como la herramienta democrática que es: tiene la capacidad de llegar a la gran mayoría del territorio nacional, es capaz de conectar comunidades, de informar y permitir nuevas visiones de mundo. No le dejemos toda la responsabilidad de consumo de contenidos al streaming, pues en un país donde las ollas comunes crecen cada día más, es evidente que no todo el mundo puede pagar por el servicio de calidad que ofrecen. Tenemos el derecho a acceder a contenido de calidad.

Por Paulina Guerrero, socióloga. Consumidora indignada de medios de comunicación.