Críticas
12 de Noviembre 2018
No lo dejes pasar… ¿Y los hombres cuándo?
En su columna, la periodista Carolina Véliz repara en los constantes esfuerzos de sensibilización y concienciación que ponen foco en las mujeres como estrategia para reducir la discriminación y violencia que les afecta. Advierte del equívoco en la campaña #NoLoDejesPasar, recientemente presentada por el gobierno. “El slogan (…) deja sola a la mujer –‘Tú, no lo permitas, enfréntalo’-, sabiendo como muchas veces acaban las historias de resistencia frente a los golpes o una violación.”
Hace un tiempo, llegó a mis manos una propuesta de un tema. Una empresa decía realizar “talleres de empoderamiento femenino” a sus trabajadoras. Algo que, a modo general, se escuchaba bien, pero donde inmediatamente me cuestioné: ¿Qué pasaría con los hombres? ¿Recibirían también ellos algún tipo de instrucción, orientación o taller educativo?
Pese a las dudas, asistí. En el lugar me encontré con el periodista que nos había invitado, con la psicóloga a cargo de la actividad y con una veintena de trabajadoras en el patio del edificio. Ningún hombre y “ninguna posibilidad de que se sumarán” me respondió el equipo responsable cuando consulté. Pasa que “no está considerado, son las mujeres las que tienen que sacar la voz. Tienen que saber que son capaces de llegar a los puestos más altos de la empresa… Jugársela por estar ahí”. “Los hombres, además, no tienen una actitud de rechazo” hacia el empoderamiento de las mujeres, me señalaron.
La actividad consistió en una especie de arenga a la que -creo- le faltaba contenido, y aunque en las entrevistas en cámara varias dijeron que ahora practicaban los buenos mensajes entre sus compañeras y había aumentado su seguridad, el taller no nos permitía conocer qué pasaba con el día a día. La entrevista final era con el director ejecutivo de la empresa, el representante máximo de compañía en Chile. Junto al camarógrafo nos instalamos en un punto del piso, mientras él finalizaba una llamada. Lo esperamos pero no llegó, envió a la psicóloga para decirnos que no le parecía el lugar y que quería ser entrevistado en su oficina. Un espacio chico con paredes blancas que nada de bien se ve en cámara. Nos acercamos y cuando comenzaba a presentarme, simplemente me ignoró.
“…no deja de parecer preocupante que la campaña lanzada hace unos días por el Gobierno de Sebastián Piñera para eliminar la violencia hacia las mujeres ponga el acento nuevamente en lo que las nosotras debemos hacer…”
“Hola. ¿Puede ser acá?”, le dijo al camarógrafo pasando la vista sobre mí. Intervine y le dije “no podemos, no se verá bi…”, “le hablo a él… ¿Cómo te llamas?, ¿Nicolás?, ¿Nico, puede ser acá?” respondió, nuevamente, ignorándome. Mi compañero, quien notó la situación, le dijo que no, que yo (la periodista) tenía razón y que sí o sí, debíamos buscar otro fondo. Me hizo callar dos veces más. Sólo atiné a decirle que respetara el trabajo que estábamos realizando y que colaborara. Sin levantar la voz pero evidentemente molesta.
Una vez finalizada la entrevista, nos despedimos y nos retiramos. En la puerta, el periodista de la empresa me dijo entre risas “qué buen manejo, pudiste controlar la situación”, pero mi descontento estaba más que a la vista y vino mi descargo. Le expliqué que me parecía insólito que esto hubiera pasado, más aun considerando la temática por la que había sido invitada. “Llegamos a un espacio que, se supone, respeta a las mujeres y su trabajo. Nos dicen que existe un compromiso de la empresa por potenciar a las trabajadoras, decirles que se atrevan a hablar porque serán escuchadas. ¿Cómo se entiende, entonces, que el jefe me ignore al menos tres veces? Vengo sólo un día, menos de una hora, y me doy cuenta que acá no existe intención de escucharlas”. “La verdad es que a él le ha costado un poco esto, pero uff… Hemos avanzado mucho. Antes sí que no escuchaba a nadie… Le ha costado, tenemos que entenderlo un poquito también”, dijo la psicóloga. Nos fuimos.
Sentí mi profesionalismo a prueba. Hacer una pregunta y que un colega la repita con otras palabras, que el entrevistado responda tu pregunta dirigiendo la mirada sólo a los hombres presentes en el punto de prensa, o que haga referencias a tu imagen y no a lo que le consultaste, no deja de ser algo habitual. Sin embargo, la dinámica me preocupaba mucho más. Había que hacer algo urgente con los hombres de esa empresa porque lo que allí pasaba era reflejo fidedigno de nuestra sociedad: Un diagnóstico equivocado del problema que se dirige a las mujeres, diciéndoles qué hacer y que busquen mecanismos propios para superarlos, mientras que no se cuestiona la resistencia generada constantemente desde los hombres y el machismo.
#NoLoDejesPasar
Desde que tomé conciencia de la importancia de erradicar los estereotipos y creencias que sustentan el machismo, he tenido la convicción que el poder femenino es esencial, pero que no es menos importante educar a los hombres. La deconstrucción es la clave, y sin ella, el avance de las mujeres siempre encontrará barreras. No se trata de una mera concesión donde ellos “permitan” o “legitimen” nuestro progreso en la sociedad. Es algo tan básico como respetar y no interferir. Respetar y no agredir. No limitar, no menospreciar, no violentar, no matar y así.
Por esta razón, no deja de parecer preocupante que la campaña lanzada hace unos días por el Gobierno de Sebastián Piñera, para eliminar la violencia hacia las mujeres ponga el acento nuevamente en lo que las nosotras debemos hacer. No lo dejes pasar es el mensaje que acompaña una serie de actos machistas que se viven en el contexto de relaciones amorosas, en nuestros espacios de trabajo e, incluso, en la vía pública.
Diferenciemos las cosas: nunca estará mal recordar lo que significa el machismo y las distintas formas de violencia que se ejercen contra las mujeres. Nunca estará de más hacer hincapié en lo que no se puede naturalizar. Pero el terreno jamás será parejo si no le damos a los hombres la responsabilidad de no violentar. Cada vez que le decimos a una mujer lo que debe o no debe permitir, se deja en sus manos la posibilidad de convertirse en víctima. Se asume que el machismo está tan arraigado, que todos los hombres son potenciales maltratadores y abusadores, y que sus actos estarán condicionados a lo permisivas que seamos. Indirectamente, se nos infunde el miedo, se nos pone en alerta constante, se nos dice que debemos estar permanentemente a la defensiva.
¿No sería mejor, entonces, que nos resignemos a que es necesario educar a los niños? ¿No sería mejor establecer un estándar de conducta más exigente a los hombres? Uno que no deje espacio a dudas entre lo que significa el respeto y lo que no. Siendo justa, hay muchas personas, mujeres y hombres, esforzándose porque esto sea comprendido, pero aún falta un respaldo mayor. ¿Es más importante que las mujeres nos movilicemos por acabar con el miedo o que se minimicen las opciones de sentirlo? Por supuesto que ambas estrategias son fundamentales, pero pasa que por ahora el foco está puesto sólo en uno de los puntos.
El slogan, por otra parte, deja sola a la mujer –‘Tú, no lo permitas, enfréntalo’-, sabiendo como muchas veces acaban las historias de resistencia frente a los golpes o una violación. Sin ir más lejos, sabemos que en el femicidio de Gabriela Alcaino, asesinada por su ex pololo, quien además mató a su madre, sí hubo resistencia. Resistencia existió: en mensajes de audio que se presentaron en el juicio contra Fabián Cáceres, la joven narraba los motivos del término de la relación por violencia psicólogica y física que no estaba dispuesta a dejar pasar. También se opuso a los intentos de violación de los que fue víctima durante el ataque, pero que su agresor concretó con ella ya asesinada. ¿Podía resistirse más, qué tan efectivo fue su no lo dejes pasar?
Gabriela distinguía qué situaciones estaban mal, identificó que se trataba de una relación tóxica, tomó las medidas necesarias y se alejó de un potencial agresor, pero eso no la mantuvo segura. Más importante habría sido que su ex pololo no se convirtiera en un adulto violento, celoso y obsesivo. Más importante habría sido que se le educara fuera del machismo, que se permitiera vivir emociones y que no se transformara en un doble asesino por ‘no superar el quiebre amoroso’, como mal relataron muchos medios de comunicación. Más importante sería que Gabriela y Carolina siguieran viviendo, que no las hubiesen atacado ni las hicieran sufrir, que sus familiares y amigos jamás sintieran el dolor de perderlas en una circunstancias así.
“Más importante habría sido que el ex pololo de Gabriela no se convirtiera en un adulto violento, celoso y obsesivo. Más importante habría sido que se le educara fuera del machismo…”
Según datos del ministerio de la Mujer y Equidad de Género, 31 mujeres han sido víctimas de femicidio durante 2018 –entre las que no se contabiliza a Gabriela ni su mamá- y otros 99 casos fueron frustrados. Nuestros registros siguen sumando mujeres asesinadas y poco se enlista a los agresores. El Estado debe hacerse cargo de proteger a las víctimas y de enfrentar a los maltratadores hoy porque el problema existe, la violencia de género es un hecho, pero nada acabará con el problema de fondo mientras no se apunte a su origen: cómo el machismo y el patriarcado han otorgado un sentido de pertenencia a los hombres por sobre las mujeres. Es cierto, no podemos dejarlo pasar, pero lo que ya no deberíamos dejar pasar es que sigamos educándonos de esta forma. Por cierto, este reporteo nunca vio la luz.
Por Carolina Véliz, periodista.