Críticas
16 de Mayo 2018
Los jueguitos en la sala de redacción
Recientemente, Naciones Unidas aprobó una declaración de catorce puntos sobre la igualdad de género en los medios de comunicación y TIC. De ellos se desprende la urgencia de adoptar estrategias y normas para evaluar la actuación de los medios y asegurar políticas para la denuncia de situaciones discriminatorias y hostiles hacia las mujeres como las que aquí se relatan.
El acoso sexual contra las mujeres nos hace pensar. Pienso en mí, en una mujer de 23 años, criada por una madre empoderada y autónoma, que también ha sido víctima de esta paupérrima e irritante situación que tiene movilizadas a las estudiantes en Chile. Pienso en que hace unas semanas respondía con un rotundo no cuando me preguntaban si había sido acosada. Hoy día, mi respuesta es diferente y con mucha pena y rabia, cambió a un sí. Un sí, desde la más honda rabia.
A los 19 años fue quizás la primera vez en que me pasó algo. En una fiesta en el Campus San Joaquín de la Universidad Católica. En la fila para entrar me agarraron el poto (muchas personas me dijeron que “le di color” o “a todas alguna vez les ha pasado”). Me sentí vulnerada, me dio miedo y quise encarar al cobarde. Pero se perdió en un mar humano donde nunca hubiese podido reconocerlo. Desde chica mi mamá me dijo que nadie podía tocar mi cuerpo, que nadie tenía el derecho a hacerme daño. Pero en ese mar de gente, un hombre se creyó con toda la potestad de hacerlo y sentí miedo y asco, pero sobre todo, miedo.
Ese mismo año entré a estudiar Derecho en la Universidad Diego Portales. Antes de comenzar las clases, ya me habían advertido que uno de los profesores que haría clases, un famoso penalista chileno, era “bueno para las alumnas”. Así, con esas mismas palabras. Como ya tenía esa alerta, sólo asistí a sus clases y traté de pasar lo más piola posible. Las invitaciones a sus nuevas alumnas después de su cátedra a los bares del sector eran frecuentes como también los fueron las invitaciones a su departamento a tomarnos una cerveza. Era sabido que en las pruebas de su ramo, que por supuesto eran formales, mientras más corta la falda o más desabotonada la blusa, mejor nota tendrías. Jamás acepté ninguna de sus invitaciones ni tampoco me subí la falda para tener mejor nota pero hasta el día de hoy sigo pensando que no por cualquier cosa, ya en primer año, tenías que lidiar con ese tipo de advertencias.
“Por cuánto con”
Lo más reciente, y lo peor, creo, fue hace unos pocos meses. Entré a un prestigioso medio de comunicación a hacer la práctica profesional. Mi primera rotación fue en el turno PM, el de la tarde, y para mi sorpresa, la “actividad” de bienvenida a ese turno -con todos los periodistas, productores y editores- era el famoso “Por cuánto con”. Ya el nombre lo dice todo. Este “juego” consistía en que las personas que estaban en la cena -hombres y mujeres- te nombraban a otro de los presentes, por supuesto del sexo opuesto, y tú (la periodista practicante nueva, que todo lo que dice no interesa) tenía que decir por cuánta plata tendrías una aventura o te acostarías con la persona nombrada. Mientras más alto fuera el monto “mejor” y mientras menos, “peor”. La mercatilización de todo. Así de crudo y así de asqueroso. Sin mencionar que días después, quienes hacíamos la práctica en el medio del jueguito “Por cuánto con”, fuimos invitados a la fiesta donde se celebraba el año laboral de la señal y “mechoneados” por todos los periodistas y sus autoridades. Terminamos empapadas con piscolas. Ninguna persona hizo algo, nada.
Ahora entiendo más que nunca las tomas feministas en las universidades y colegios que tienen al país movilizado. Comprendo y empatizo con las alumnas de Derecho de la Universidad Católica que denunciaron a sus profesores machistas y así.
Qué decir de cuántas de nosotras hemos sentido miedo al caminar solas por la noche o asco al escuchar los asquerosos “piropos” que en más de una ocasión se hacen sentir en la calle. Lo más triste y terrible. Conversando con mis amigas, la gran mayoría tienen historias similares que contar. ¿Casualidad? No lo creo. Ahora entiendo más que nunca las tomas feministas en las universidades y colegios que tienen al país movilizado. Comprendo y empatizo con las alumnas de Derecho de la Universidad Católica que denunciaron a sus profesores machistas y así.
Mientras este tipo de prácticas estén tan naturalizadas y enraizadas en nuestra cultura no vamos a evolucionar como sociedad. Tampoco tendremos una mejor democracia. Porque esto sucede en todos lados. Le suceden a todas las mujeres, a las más vulnerables pero también a las más valientes. Le ocurren a las que, al igual que yo, siempre han sabido que nadie tiene el derecho de pasarlas a llevar. No respetaron nuestros “no es no”. No pudimos gritarlo tan fuerte como queríamos y tuvimos que lidiar con hombres que creen que tienen todo el poder para hacer y decir lo que quieran. Siento una profunda vergüenza por esta situación pero me saco el sombrero por todas las valientes mujeres y compañeras que han mostrado esta podredumbre que nos afecta a todas. Es momento para decir basta.
Por Francisca Lara, estudiante Periodismo UDP.