Críticas
25 de Octubre 2017

El arte y la violencia contra las mujeres

Aunque las feministas también producen arte; hacen propuestas y algunas se confrontan a sí mismas. El contenido, la forma, la palabra y el destino. Caminan hacia una deconstrucción discursiva hegemónica, cuestionando sus propios conocimientos y lo recibido como válido a partir de un universo de sentido en el arte.

“Demandamos que los daños que eran tradicionalmente entendidos como parte del comportamiento inevitable que hacía que ‘los muchachos tienen que ser muchachos’, tales como la violación en una cita amorosa o el acoso sexual, sean reconocidos como serios actos lesivos contra la mujer. (…) el feminismo convoca a que re-imaginemos nuestra forma de vida de manera que podamos “ver” de otra forma, él necesariamente involucra apelar a la ética, incluyendo el llamado para que modifiquemos nuestra sensibilidad moral”, Drucila Cornell

El torso desnudo. De espaldas, el cabello sujeto en una trenza. El fuete, fálica extensión del cuerpo del omnipresente varón –brazo y mano que sujeta el látigo. Imagen en blanco y negro que busca dar sutileza al significado. “Cástigame, pero déjame leer”: Cartel de una Feria de Libro. La respuesta es llamar “censoras, victimistas y autoritarias” a las feministas que denuncian. ¡Al ladrón, al ladrón! gritan quienes defienden el cartel, o la canción, o la exposición de “arte” en algún lugar, el cine o un performance, o la instalación; en contra, las feministas.

¿Puede el arte salvarnos de la violencia en algún momento, en algún tiempo? ¿Es la violencia tan humana y socialmente inherente a la civilización?

Aunque las feministas también producen arte; lo hacen, sí, lo exponen, hacen propuestas y algunas se confrontan a sí mismas su forma de expresión y lo que expresan. El contenido, la forma, la palabra y el destino. Caminan hacia una deconstrucción discursiva hegemónica, cuestionando sus propios conocimientos y lo recibido como válido a partir de un universo de sentido en el arte. No es la censura al arte. No, el arte nos interpela como personas, pero, ¿Puede ser arte si es violencia contra las personas?, ¿Las mujeres son personas? Y por otro lado la pregunta ¿Puede el arte salvarnos de la violencia en algún momento, en algún tiempo? ¿Es la violencia tan humana y socialmente inherente a la civilización?

Sabemos que la violencia está ligada a la civilización en la medida en la que dejamos de actuar de manera instintiva para la supervivencia y elegimos la violencia, ejercer la violencia a través del poder, la coerción de quien toma una mano, un brazo –no para guiar- sino para doblarlo y lastimar a la persona que ha confiado o permitido dar su cuerpo para ser guiada. ¿Puede haber arte libre de la imbricación social de la violencia que naturaliza la objetización de la mujer y la nulificación del yo femenino? Expresión inserta en la sociedad patriarcal y violenta, difícilmente puede deshacerse de esta disposición moralmente válida de aceptar la violencia contra el cuerpo de la mujer. Es el universo de sentido.

Dice Slavo Zizek: la violencia simbólica no se da solo en casos de provocación y de relaciones de dominación social reproducidas en nuestras formas de discurso habituales: todavía hay una forma más primaria de violencia, relacionada con el lenguaje como tal, con su imposición de cierto universo de sentido.

¿Puede haber arte libre de la imbricación social de la violencia que naturaliza la objetización de la mujer y la nulificación del yo femenino?

Puede o no la expresión entonces sustraerse al influjo de ese sistema de símbolos y significados que sostienen el andamiaje de la violencia contra las mujeres naturalizada desde un sexismo automático [1]. Esa condición aprendida casi como natural en la que la mujer es cosa y como tal puede ser tocada, violada, golpeada a placer y para disfrute de la “estética de la violencia” y como parte de una estética que justifica la violencia (Kubrick en Naranja Mecánica y su cuestionada escena de violación).

El hombre concibe una sexualidad imaginaria para la mujer,[2] el cuerpo imaginario de la mujer se reduce a un objeto que solo sirve para motivar las fantasías sexuales de un observador masculino. (…) No obstante, esta escrita una intención que no disimula la hostilidad y el odio masculino contra la mujer. En la pornografía se deshumaniza y falsifica a la mujer. Se deshumaniza al presentarla como un objeto y se falsifica al sugerir que la mujer experimenta placer al ser maltratada y humillada.”

Es el orden simbólico, ordenamiento del logos que construye el hombre-Dios y que es para los otros, las otras, ahí se sostiene la proyección de una sexualidad imaginada, de ahí el “deseo de ser violada”, el deseo de ser golpeada y sodomizada que el colectivo sostiene como verdad para la mujer. Verdad impuesta. Este conjunto de comportamientos que son el pan de cada día, se hace legal, es la “argamasa que sustenta la estructura jerárquica del mundo, cómo podemos cambiar la noción del arte si las leyes no consideran delito la violación y otras actitudes sustentadas por “la moral dominante”, una moral patriarcal que rige y regula las conductas pero que hace también las fronteras entre lo tolerable y lo intolerable.

Parafraseando a Rita Segato, el sexismo tiene una añeja vigencia en la sociedad, se imbrica con la historia de la humanidad lo cual “trae consigo el imperativo de sospechar de la claridad de nuestra conciencia y nos induce ineludiblemente a un escrutinio cuidadoso de nuestros sentimientos, convicciones y hábitos más arraigados y menos conscientes respecto a las personas negras (las personas oprimidas, en este caso –las mujeres-) desvalorización, objetización, la agresión verbal, gestos, actitudes y conductas opresivas.

El arte, los artistas, ¿pueden sos-tener o creer-crear un orden simbólico diferente?

Por Argentina Casanova, periodista, poeta y narradora mexicana. Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género, integrante del Observatorio Ciudadano Nacional de Feminicidiosde la Red de Mujeres Periodistas de México y colaboradora de CIMAC.

[1] Rita Segato, Las estructuras elementales de la Violencia, 2003
[2] Guillermo Weiz, Dioses de la peste, 1998