Críticas
3 de Septiembre 2018

Tan naturalizada, tan olvidada: la labor de cuidados

Columna dedicada a todas las mujeres que día a día dejan su vida de lado por cuidar de otra/o, especialmente a mi hermosa mami, Vanessa Cerda Aburto. Hasta que no seamos libres, toda la tarea no está acabada.

Antes de comenzar, quisiera contarles que si bien esta idea venía dándome vueltas en la cabeza hace mucho rato, no fue hasta esta semana que le tomé el peso porque me accidenté y me volví dependiente temporalmente de mi mamá y la familia con la que vivo. Desde el martes en la noche no puedo ir sola al baño, no puedo vestirme sola, no puedo  prepararme comida y no puedo pararme a buscar mis cuadernos para estudiar: todas esas pequeñas pero significativas acciones cotidianas las estoy logrando hacer gracias a mi mamá, y está cansada de tener que hacerlo, porque además cuida de mi abuela y mi abuelo, ambos adultos mayores y enfermos crónicos. Básicamente, soy un trabajo extra por hacer y sin remuneración. Como mi mamá hay muchísimas mujeres más.

¿Qué hay detrás de esto? Nuevamente está nuestro peor enemigo: el patriarcado. Con la normalización de roles de género, se crea en la conciencia colectiva la idea de que las mujeres somos naturalmente cuidadoras, ordenadas, amorosas y nobles, asociándonos al concepto de familia como hábitat natural. Al situarnos en dicho espacio, se nos limita a su pertenencia eterna y, a diferencia del hombre-proveedor-independiente, nosotras somos mujeres-cuidadoras-dedicadas al hogar-dependientes, lo que es transversal a culturas y clases sociales. Da lo mismo si eres profesional, obrera, emprendedora o “dueña de casa”: en algún minuto de tu vida vas a tener que cuidar de alguien por ser mujer porque tu hermano tiene una carrera en la que ascender y no tiene dedos para el piano, porque tu papá se termina desesperando y hace mal las cosas, porque tu marido no cambia bien los pañales y porque solo tú podrías hacerlo tan bien y con tanto amor.

” …la salud mental de las mujeres pasa a un segundo plano ya que la prioridad la tienen quienes son cuidados y la mantención del hogar, provocando un aislamiento social y una baja autoestima que puede ser fatal.”

Lamentablemente, el imaginario del que somos naturalmente cuidadoras tiene consecuencias reales: feminización de profesiones y saberes relacionados al cuidado como, por ejemplo, la enfermería. En el caso de tener hijas o hijos, post natal de seis meses y beneficios de acceso a sala cuna solo para mujeres, mientras que aquellas que son cuidadoras de personas adultas mayores o con discapacidad no tienen garantías laborales para poder trabajar tranquilamente, por lo que generalmente acaban desertando del sistema laboral, insertándose o profundizando el círculo de la pobreza. Con ello, la salud mental de las mujeres pasa a un segundo plano ya que la prioridad la tienen quienes son cuidados y la mantención del hogar, provocando un aislamiento social y una baja autoestima que puede ser fatal, entre un sinfín de otras consecuencias que ignoramos y nos negamos a ver.

Está tan naturalizada la posición de la mujer en las labores de cuidados que a nivel político no existe preocupación en cuanto a programas o políticas públicas enfocadas en reorganizar socialmente este trabajo. Así lo demuestra la priorización anunciada por el Ejecutivo que materializa la Agenda Mujer y que sigue siendo reproductora de este rol de género, especialmente mediante medidas que buscan que las mujeres puedan ejercer las labores de cuidado de sus hijas e hijos, de otras personas, sin que esto interfiera en su crecimiento económico o desempeño laboral -porque solo contempla a mujeres con contrato-, sin incluir a hombres en medidas tan ambiciosas como, por ejemplo, la sala cuna universal. Tampoco contempla la participación de nuevos actores en las responsabilidades que conlleva el cuidado como instituciones estatales o entes del mundo privado.

“El compromiso por medios que no reproduzcan violencia de género va de la mano también con la erradicación de estereotipos en todos sus contenidos.”

Los medios de comunicación no quedan ajenos a la perpetuación de este modelo, y no puedo sino pensar en que el 26 de agosto se supo que murieron tres mujeres de 91, 59 y 30 años. Abuela, hija y nieta, respectivamente. La única que podía valerse por sí misma era la que tenía 59 años, quien sufrió un paro cardíaco y falleció instantáneamente, quedando abuela y nieta solas, muriendo posteriormente abandonadas. El tratamiento que se le dio a la noticia fue de carácter policial, aislado y excepcional, pese a que casi la mitad de las mujeres no participa del mercado laboral y se encuentran en sus hogares, a su vez que las mujeres entre 46 y 60 años dedican en promedio 6,15 horas diarias a trabajo no remunerado,a diferencia de los hombres que dedican en promedio 2,71. La excepcionalidad que se le atribuyó al hecho no es tal, sino que es un síntoma de cómo nos distribuimos las labores socialmente ¿o no había otro familiar o cercano que se preocupara también de ellas tres?

Los programas televisivos dedicados a los “problemas reales de la mujer” -que ni siquiera pasan el Test de Bechdel-, matinales, noticiarios, misceláneos, entre otros, sólo logran tematizar de femicidio y la violencia contra las mujeres, que si bien son problemas sociales gravísimos, no constituyen la totalidad de la opresión a las mujeres: solo son la punta de un iceberg gigante. El compromiso por medios que no reproduzcan violencia de género va de la mano también con la erradicación de estereotipos en todos sus contenidos. Si bien es un tremendo avance que hablemos de “violencia contra las mujeres” y cada vez menos de “celos descontrolados”, es notoria la necesidad de problematizar aquellos roles que conforman el tejido social, no de manera aislada, sino que como parte de una sociedad específica con necesidades particulares.

El diagnóstico es claro: dentro de todas las cosas que se nos imponen socialmente, se nos impone también que debemos ser cuidadoras dado nuestro “infinito amor y desinteresada bondad”. Como feministas tenemos una tarea al debe que es justamente reflexionar y cuestionar aquel rol de género impuesto, no tan solo desde y para el mundo profesional y con acceso a ciertas redes académicas, sino que también de extender e incluir en el debate a aquellas que no pueden participar de movilizaciones, asambleas, foros y conversatorios, no porque no quieran, sino que porque la estructura las oprime aún más fuerte.

Por Paulina Guerrero Cerda, sociología UAH.