Críticas
9 de Mayo 2018

Mujeres en el rock: más protagonismo

Cuando la mujeres figuran en el mundo de rock aparecen como la figura de la eterna acompañante, la groupie, la mala de la historia, la seductora del videoclip o la que aparece en el concierto con el torso desnudo: generalmente, la única mujer que aparece en todo el concierto.

A propósito del activismo feminista, y respecto al compromiso de desnaturalizar y combatir el machismo en la propia cotidianidad, el rock, mi género musical favorito y de millones también, está muy asociado a una determinada identidad colectiva; es machista.  En mi caso, el rock lo llevo literalmente en la sangre gracias a mi papá y a que desde la guata de mi mamá me tenía escuchando Deep Purple y Black Sabbath. Enfrentarme a este dilema rock/ machismo significó desnaturalizar y combatir elementos de mi crianza que cooperaron en gran medida en conformar la persona que soy hoy.

El rock fue configurado desde sus orígenes como un espacio hecho por y para hombres blancos y anglosajones, estando las mujeres, siempre, como la gran excepción del espacio cuando aparecemos en forma de expertas, fanáticas o creadoras (¿hay otra Janis Joplin en su época?). Cuando figuramos en este espacio siempre nos vemos disminuidas, ya sea por la figura de la eterna acompañante, la groupie, la mala de la historia, la seductora del videoclip o la que aparece en el concierto con el torso desnudo: generalmente, la única mujer que aparece en todo el concierto. Casi no suenan artistas femeninas en las radios comúnmente rockeras, casi no hay locutoras del rock y hasta hace un par de meses, una popular radio de este tipo tenía una sección en su página web que se llamaba “No les falta rock”, dedicada a subir imágenes de modelos de poca ropa, pero rockeras.

Para todo esto, en donde no somos ni protagonistas, ni muy expertas o simplemente fanáticas respetadas, la única explicación que vino a mi cabeza por la vía de la sociología es que el rock, aunque haya nacido como signo de rebeldía, se transformó rápidamente en instrumento del capitalismo. No nos olvidemos nunca que patriarcado y capital son fraternales amigos y que el capitalismo, además de profundizar la idea de amor romántico y de tratar de mantener a la mujer en la casa, realizando labores domésticas para mantener la vida cotidiana del hombre del hogar (sin que le cueste ningún peso), nos califica como objetos útiles para poder vender algún producto.

Si bien el movimiento  feminista está constantemente desnaturalizando la violencia simbólica a la que estamos expuestas, la industria musical no se ha manifestado respecto a los patrones y estereotipos de género que sigue reproduciendo.

Ejemplos de mujeres-objeto hay muchos, especialmente en la promoción de bebidas alcohólicas. Sin embargo, en el caso del rock somos objeto cuando, por ejemplo, en la portada de un disco aparece una adolescente sacándose los calzones, cuando se hacen canciones que corean la violencia contra la mujer en nombre del amor romántico (los Beatles tienen muchísimas) e incluso cuando a intérpretes mujeres se les exige cumplir con definidos cánones de belleza para poder ser atractivas al mercado. Si bien el movimiento  feminista está constantemente desnaturalizando la violencia simbólica a la que estamos expuestas, la industria musical no se ha manifestado respecto a los patrones y estereotipos de género que sigue reproduciendo. A la industria quizás se le olvida que las personas siempre estamos en construcción, y que los medios, a través de la cultura popular, son la fuente más rica desde donde performamos la realidad. Por lo tanto, solo están comunicando y construyendo una realidad en que somos un objeto y en ningún caso protagonistas.

¿Cuál es la solución entonces? Como cantan los Rage Against The Machine: conoce a tu enemigo, y el nuestro es el patriarcado. En la lista de cosas por hacer, la primera y quizás la más importante, es tomarnos y reconstruir los espacios. La necesidad de tener espacios donde, no sólo nosotras, sino que todos los grupos excluidos históricamente podamos desenvolvernos libremente. Es una urgencia derribar las prácticas y discursos que nos colocan como los personajes secundarios de la fiesta. Aunque no lo parezca, aún hay gente que cree que no podemos hacer las mismas cosas que los hombres y es porque jamás nos han visto hacerlo. Debemos una y otra vez normalizar la existencia de mujeres, personas migrantes, de la diversidad sexual, en todas las áreas de producción de contenido.

No debe haber separación entre el artista y su obra: seguir avalando dichas creaciones es seguir legitimando al macho que las creó y, en segundo lugar, fomentar los estereotipos y la violencia simbólica que reproduce el macho creador.

En segundo lugar, creo que no hay nada que avale que una banda tenga en la portada de su álbum a una adolescente sacándose los calzones, ni una canción que apunte al acoso de una mujer, ni ninguna canción que realce el romanticismo que hay detrás de los mal llamados “crímenes pasionales”. No debe haber separación entre el artista y su obra: seguir avalando dichas creaciones es seguir, legitimando al macho que las creó y, en segundo lugar, seguir fomentando los estereotipos y la violencia simbólica que reproduce el macho creador. Debemos seguir deconstruyendo nuestra realidad para construir una donde aquellas creaciones no tengan cabida.

Mientras tanto, y como hermosa tarea, sigamos reivindicando a las nuestras, especialmente a las locales, que son doblemente desplazadas por ser mujeres y por ser latinas.  Ejemplos hay muchos, como Denise de Aguaturbia, Javiera Parra, Juanita Parra, Nicole y otras tantas que son un constante desafío a la heteronorma de la escena. Seamos rebeldes y tomémonos los espacios, mujeres: el patriarcado nunca nos dio y nunca nos dará algo en bandeja de plata.

Por Paulina Guerrero Cerda, estudiante de sociología Universidad Alberto Hurtado. Crédito foto: Bbs Paranoico (banda chilena de rock, punk y hardcore) por Diego Rivera.